La noticia dio la vuelta al mundo en pocas horas: la empresa biotecnológica Colossal Biosciences afirmó haber logrado la primera “desextinción” de la historia al traer de vuelta al mítico lobo terrible (Canis dirus), una especie extinta hace más de 10.000 años.
Sin embargo, la comunidad científica ha encendido las alarmas y advierte: no se trata del regreso del lobo gigante, sino de una creación genética inspirada en él.
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¿Resurrección genética o ficción científica?
Colossal presentó a tres cachorros creados mediante edición genética: Rómulo, Remo y Khaleesi, generados a partir del ADN de fósiles de entre 13.000 y 72.000 años.
Utilizando la técnica CRISPR-Cas9, los científicos modificaron 20 genes de lobos grises para recrear algunas de las características físicas del lobo huargo, conocido popularmente por su aparición en la serie Juego de Tronos.
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¿Regresó el lobo terrible?
Según el comunicado de la compañía, los embriones fueron implantados en hembras caninas que finalmente dieron a luz a los tres cachorros.
Sin embargo, expertos en genética y biología evolutiva como Carles Lalueza-Fox y Lluís Montoliu han sido claros: no es desextinción, sino ingeniería genética.
“Estos lobos no tienen el genoma completo del lobo terrible, solo comparten una parte visual”, explicó Lalueza-Fox. Además, el paleogenetista recalca que aún no se ha publicado el genoma completo del Canis dirus, lo cual limita cualquier comparación genética real.
Otros especialistas como Philip Seddon y Espic Rawlence destacan que, para hablar de verdadera desextinción, es necesario clonar a partir de ADN bien conservado, algo que aún no es viable en especies extintas hace milenios.
A pesar de las críticas, los avances de Colossal en edición genética son reconocidos.
La empresa ya había presentado ratones con genes de mamut, y planea futuros experimentos con el dodo y el tigre de Tasmania.
No obstante, el debate bioético continúa abierto: ¿se debe invertir en revivir especies extintas o en conservar las que aún habitan el planeta?
Por ahora, los lobos “revividos” viven en una reserva ecológica secreta en EE. UU., certificados por la American Humane Society.
La polémica sigue viva, y la ciencia, una vez más, pone a prueba los límites entre la realidad y la ficción genética.
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